"Todos    los    que    visitaron    a   Theodore    Roosevelt    en    Oyster    Bay   quedaron    asombrados    por   la profundidad   y  la  diversidad   de  sus  conocimientos.   Fuese   un  vaquero   o  un  soldado   de  caballería,   un político   de  Nueva   York  o  un  diplomático   quien  lo  visitaba,  Roosevelt  sabía  de  qué  hablar.  ¿Cómo  lo lograba?   Muy   sencilla   es   la   respuesta.   Siempre   que   Roosevelt   esperaba   a   un   visitante   se   quedaba hasta  muy  tarde,  la  noche  anterior  a  su  llegada,  instruyéndose  en  el  tema  sobre  el  cual  sabía  que  se interesaba particularmente el huésped esperado. 
Porque   Roosevelt   no  ignoraba,   como   los  grandes   líderes,   que  el  camino   real  hasta   el  corazón   es hablarle de las cosas que más preciadas le son.
El  cordial  William  Lyon  Phelps,  ensayista  y  profesor  de  Literatura  en  Yale,  aprendió  esta  lección  al comenzar la vida.
"Cuando  tenía  ocho  anos  y me  encontraba  un  fin  de  semana  de  visita  en  casa  de  mi  tía  Libby  Linsley, en  Stratford,  sobre  el  Housatonic  - escribe  Phelps  en  su  ensayo  sobre  "Human  Nature"-,  llegó  una  noche un  hombre  maduro,  y  después  de  una  cortés  escaramuza  verbal  con  mi  tía  volcó  su  atención  en  mí.  Por aquel  entonces  me  entusiasmaban  los  botes  y  los  barcos,  y  el  visitante  trató  este  tema  de  una  manera que  me  pareció  sumamente  interesante.  Cuando  se  retiró,  hablé  de  él  con  entusiasmo.  ¡Qué  hombre!  ¡Y cómo  se  interesaba  por  la  navegación!  Mi  tía  me  informó  que  era  un  abogado  de  Nueva  York;  que  no tenía interés alguno en botes ni en barcos. Pero, ¿por qué no hizo más que hablar de botes?
"-Porque  es  un caballero  -respondió  mi  tía-.  Advirtió  que  te interesaban  los  botes,  y habló  de  las  cosas que sabía te interesarían y agradarían. Quiso hacerse agradable.
"Nunca olvidé las palabras de mi tía."
Al  escribir  este  capítulo  tengo  a  la  vista  una  carta  de  Edward  L. Chalif,  quien  se dedicó  activamente  a la obra de los boyscouts.
"Un  día  - escribía   el  Sr.  Chalif -  comprobé  que  necesitaba  un favor.  Se  estaba  por  realizar  una  gran convención  de  boyscouts  en  Europa,  y  quería  que  el  presidente  de  una  de  las  más  grandes empresas del país pagara los gastos de viaje de uno de nuestros niños.
"Afortunadamente,  poco  antes  de  ir  a  ver  a  este  hombre,  supe  que  había  extendido  un  cheque  por  un millón  de  dólares  y  que,  después  de  pagado,  y  cancelado,  le  había  sido  devuelto para  que  lo pusiera  en un marco" 
"Lo  primero   que  hice  cuando   entré   a  su  despacho   fue  pedirle   que  me  mostrara   ese  cheque.   ¡Un cheque  por  un  millón  de  dólares!  Le  dije  que  no  sabía  de  otra  persona  que  hubiera  extendido  un  cheque por  esa  suma,  y  que  quería  contar a mis niños que había visto un cheque  por un millón. Me lo mostró de buena gana; yo lo admiré y le pedí que me dijera cómo había llegado a extenderlo."
Ya  habrá  notado  usted,  ¿verdad?,  que  el  Sr.  Chalif  no  empezó  a  hablar  de  los  boyscouts  ni  de  la convención  en  Europa,  ni  de  lo  que  él  quería.  Habló  sobre  lo  que  interesaba  al  interlocutor.  Veamos  el resultado:
"Por fin, el hombre a quien entrevistaba me dijo:"Ah, ahora que recuerdo. ¿Para qué vino a verme?
"Se  lo  dije.  Y  con  gran  sorpresa  mía,  no solamente  accedió  inmediatamente  a lo que  le solicitaba,  sino que concedió  mucho  más. Yo le pedía que enviara  un solo niño a Europa,  y en cambio  él decidió  enviar  a cinco   niños,   y  a  mí  mismo;   me  entregó   una  carta  de  crédito   por  mil  dólares   y  me  pidió  que  nos quedáramos  siete  semanas  en  Europa.  Además,  me  dio  cartas  de  presentación  para  los  jefes  de  sus sucursales,  a  fin  de  que  se  pusieran  a  nuestro  servicio;  y  él  mismo  nos  recibió  en  París  y  nos  mostró  la ciudad.  Desde  entonces  ha  dado  empleo  a  algunos  de  nuestros  niños  cuyos  padres  estaban  necesitados; y no ha dejado de favorecer jamás a nuestro grupo.
"Pero  bien  sé  que  si  yo  no  hubiese  descubierto  primero  el  interés  principal  de  este  hombre,  y  no  le hubiera hablado de ello, no lo habría encontrado tan fácil de convencer."
¿Es  valiosa  esa  técnica  para  emplearla  en  los  negocios?  Veamos.  Tomemos  el  ejemplo  de  Henry  G. Duvernoy, de la empresa Duvernoy & Sons, una de las mejores panaderías de Nueva York.
El  Sr.  Duvernoy  quería  vender  pan  a  cierto  hotel  de  la  ciudad.  Durante  cuatro  años  había  visitado  al cliente  todas  las semanas.  Asistía  a las mismas  fiestas  que el gerente. Le hablaba en todas partes. Hasta tomó habitaciones en el hotel y vivió allí para tratar de hacer el negocio. Pero todo sin resultado.
"Entonces  - nos  dijo  el  Sr.  Duvemoy -  estudié  relaciones  humanas  y  resolví  cambiar  de  táctica.  Decidí investigar qué interesaba a este hombre, qué despertaba su entusiasmo.
"Descubrí  que  pertenecía  a  una  sociedad  de  hoteleros  llamada  Hotel  Greeters.  No solamente pertenecía a  ella  sino  que,  merced  a  su  gran  entusiasmo,  se  le  había  llevado a la presidencia  de la organización,  y también  a  la  de  la  entidad  internacional.  En  cualquier  parte  donde  se  efectuaran  las  convenciones,  este hombre asistía siempre, aunque tuviese que volar sobre montañas o cruzar desiertos y mares.
"Así  pues,  apenas  lo  vi,  al  día  siguiente,  empecé  a  hablarle  de  la  entidad.  ¡Qué  respuesta  obtuve!  Me habló  durante  media  hora  acerca  de  aquel  tema,  vibrante   de  entusiasmo.   Advertí  fácilmente  que  esta  sociedad  era  su  pasatiempo,  la  pasión  de  su  vida.  Antes  de  salir  de  su  oficina ya me había "convencido" de que fuera socio de su organización.
"Pero  yo no había  hablado  una palabra  del pan.  Y unos  días  más  tarde  un empleado  del hotel  me habló por teléfono para que enviara muestras y precios de nuestro producto.
"- No  sé  - me  dijo  el  empleado -  qué  ha  hecho  con  el  gerente.  Pero  lo  cierto  es  que  está  encantado  con usted.   "   ¡Imagínense!   Durante   cuatro   años   había   perseguido   a   aquel   gerente   procurando   que   me comprara  nuestros  productos,  y  todavía  lo  seguiría  buscando  si  por  fin  no  me  hubiese  tomado  el  leve trabajo de saber qué le interesaba y de qué le gustaba hablar."
Edward   E.   Harriman,   de   llagerstown,   Maryland,   decidió   vivir   en   el   hermoso   Valle   Cumberland   de Maryland   después   de  completar   su  servicio   militar.   Lamentablemente,   en  aquel  momento   había  pocos empleos  disponibles  en la zona.  Una pequeña  investigación  sacó  a luz el hecho  de que muchas  empresas de  la  región  eran  propiedad  de  un  hombre  que  había  triunfado  espectacularmente   en  el  mundo  de  los negocios,  R.  J.  Funkhouser,  cuyo  ascenso  de  la  pobreza  a  la  opulencia  intrigó  al  señor  Harriman.  No obstante,   este   empresario   tenía   fama   de   inaccesible   para   la   gente   que   buscaba   empleo.   El   señor Harriman nos escribió:
"Entrevisté  a  bastante  gente,  y  descubrí  que  todos  los  intereses  de  Funkhouser  estaban  concentrados en su  actividad tras el poder y el dinero. Como se protegía de la gente como yo por medio de una secretaria leal y severa, estudié los intereses y objetivos de ella, y recién entonces hice una visita sin anuncio previo a su oficina.  Desde  hacía  unos  quince  años  esta  mujer  había  sido  el  satélite  que  giraba  en  la  órbita  del  señor Funkhouser.  Cuando  le dije que tenía  una proposición  para   él que podía resultar  en un crédito  financiero  y político,  se  interesó. También conversé  con ella sobre su participación  constructiva  en el éxito de su patrón. Después de esta conversación, me concedió una cita con Funkhouser.
"Entré en su enorme e impresionante oficina decidido a no pedir directamente un empleo. El hombre estaba sentado detrás de un gigantesco escritorio, y no bien me vio, tronó: "-¿Qué pasa con usted, jovencito?
"-Señor Funkhouser - le dije -, creo que puedo hacerle ganar dinero".
"Inmediatamente  se levantó y me invitó a sentarme en uno de los sillones. Le hice una lista de mis ideas y también  de  los  antecedentes  personales  que  me  ponían  en  condiciones  de  hacer  realidad  esas  ideas, subrayando los aspectos en que podrían contribuir a su éxito personal y al de sus empresas.
"R. J.", como llegué a conocerlo después, me contrató al instante, y durante veinte años he trabajado para él, y he prosperado junto. con sus empresas."
Hablar en términos de los intereses de la otra persona es beneficios o para las dos partes. Howard Z. Herzig, líder  en  el  campo  de  las  comunicaciones  empresariales,  siempre  ha  seguido  este  principio.  Cuando  se  le preguntó  qué  obtenía  de  ello,  el  señor  Herzig  respondió  que  recibía  una  recompensa  diferente  de  cada persona, y que esas recompensas siempre habían dado por resultado una ampliación en su vida.
REGLA 5
Hable siempre de lo que interesa a los demás.
Este capitulo es un extracto escrito por Dag Carnegie en 1936 en su libro "COMO GANAR AMIGOS E INFLUIR SOBRE LAS PERSONAS" y fue pasado a formato digital para facilitar la difusión, y con el propósito de que así como usted lo recibió lo pueda hacer llegar a alguien más.
 
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