En   una   comida   en   Nueva   York,   uno   de   los   invitados,   una   mujer   que   acababa   de  heredar   dinero, ansiaba  causar  una  impresión  agradable  en  todos.  Había  despilfarrado  una  fortuna  en  pieles,  diamantes y  perlas.  Pero  no  había  hecho  nada  con  la  cara.  Irradiaba  acidez  y  egoísmo.  No  había  comprendido  esta mujer  lo  que  sabe  todo  el  mundo:  que  la  expresión  de  un  rostro  es  mas  importante,  mucho  más,  que  la ropa que nos ponemos. 
Charles  Schwab  me  dijo  que  su  sonrisa  le  ha  valido  un  millón  de  dólares.  Y  es  probable  que  haya pecado  por  defecto  más  que  por  exceso  en  ese  cálculo.  Porque  la personalidad  de Schwab,  su encanto, su  capacidad  para  gustar  a  los  demás  fueron  casi  la  única  causa  de  su  extraordinario  éxito; y uno de los factores más deliciosos de su personalidad es su cautivadora sonrisa.
Las  acciones  dicen  más  que  las  palabras,  y  una  sonrisa  expresa:  "Me  gusta  usted.  Me  causa felicidad. Me  alegro tanto de verlo".
Por  eso  es  que  los  perros  tienen  tantos  amigos.  Se  alegran  tanto  cuando  nos  ven,  que  brincan  como locos. Y nosotros, naturalmente, nos alegramos de verlos.
La sonrisa de un bebé tiene el mismo efecto.
¿Ha estado  usted  alguna  vez  en  la  sala  de  espera  de  un  médico,  y ha visto  a su alrededor  las caras sombrías  de la gente impaciente  por entrar al consultorio?  El Dr. Stephen K. Sproul, veterinario de Raytown, Missouri,  nos  contó  de  un  típico  día  de  primavera,  con  su  sala  de  espera llena de clientes que esperaban para hacer  vacunar  a sus animalitos  mascota.  Nadie  hablaba  con nadie,  y probablemente estaban pensando en  una  docena  de  cosas  que  preferirían  estar  haciendo  antes  que  "perder  tiempo"  en ese consultorio.  Nos contó lo siguiente en una de nuestras clases: "Había seis o siete clientes esperando cuando entró una joven con una criatura de nueve meses y su gatito. La suerte quiso que se sentara justo al lado del caballero  que más  malhumorado  parecía  por  lo  prolongado  de  la  espera.  El  niñito  lo  miró  con  esa  gran  sonrisa  tan característica  de las criaturas.  ¿Qué hizo el caballero? Lo que habríamos hecho ustedes o yo, por supuesto: le  sonrió  a  su  vez  al  niñito.  No  tardó  en  iniciar  una  conversación  con  la mujer,  sobre  el niño,  y sobre  los nietos  de  él,  y  todos  los  demás  pacientes  se  unieron  a  la  conversación,  y  el  aburrimiento  y  la  tensión  se convirtieron en una experiencia agradable.
¿Una sonrisa  poco  sincera?  No. A nadie  engañaremos.  Sabemos que es una cosa mecánica y nos causa enojo. Hablo de una verdadera  sonrisa,  que alegre el corazón,  que venga de adentro,  que valga buen precio en el mercado.
El profesor  James  V. Mc Connel,  psicólogo  de la Universidad  de Michigan, expresó sus sentimientos sobre una sonrisa:
- La gente que sonríe  - dijo - tiende a trabajar, enseñar y vender con más eficacia, y a criar hijos más felices. En una  sonrisa  hay  mucha  más  información  que  en un gesto  adusto.  Es por eso  que  en la enseñanza  es mucho más eficaz el estímulo que el castigo.
El jefe de personal  de una gran tienda de Nueva York me confiaba  que prefería  emplear  a una vendedora sin instrucción,  siempre  que poseyera  una hermosa  sonrisa,  que a un doctor en filosofía  con cara de pocos amigos.
El efecto de una sonrisa es poderoso... aún cuando no se la ve. Las compañías de teléfono de los EE.UU. tienen  un  programa  llamado  "poder  telefónico"  que  se  le  ofrece  a  compañías  que  usan  el  teléfono  para vender  sus  servicios  o  productos.  En  este  programa  sugieren que uno sonría cuando habla por teléfono. Su "sonrisa" es transmitida, por la voz, al interlocutor.
Robert  Cryer, gerente  del departamento  de computación  de una compañía de Cincinnati, Ohio, contó cómo había logrado conseguir la persona justa para un puesto difícil:
-Trataba   desesperadamente   de  encontrar   un  licenciado  en  Computación   para  mi  departamento.   Al  fin localicé  a  un  joven  con  los  antecedentes  ideales,  que  estaba  a  punto  de  graduarse  en  la  Universidad  de Purdue.  Después  de  varias  conversaciones  telefónicas  me  enteré  de  que  tenía  diversas  ofertas  de  otras compañías,  muchas de ellas más grandes y más conocidas que la mía. Me encantó oír que había aceptado mi  oferta.  Cuando  ya  estaba  trabajando,  le  pregunté  por  qué  nos  había  preferido  a  los  otros.  Quedó  un momento  en  silencio,  y  después  me  dijo:  "Creo  que  fue  porque  los  ejecutivos  de  las  otras  compañías hablaban por teléfono de un modo  frío, que me hacía sentir como si yo fuera una transacción comercial más para  ellos.  Su  voz  en  cambio  sonaba como si usted se alegrara de oírme... como si realmente quisiera que yo fuera parte de su organización".  Puedo asegurarles  que hasta el día de hoy sigo respondiendo  al teléfono con una sonrisa.
El presidente del directorio de una de las mayores industrias del caucho de los Estados Unidos me dijo que, según sus observaciones, rara vez triunfa una persona en cualquier cosa a menos que le divierta hacerla. 
Este jefe industrial no tiene mucha fe en el viejo adagio de que solamente el trabajo nos da la llave para la puerta de nuestros  deseos.
 "He conocido  personas  -agregó-  que triunfaron  porque  disfrutaron  efectuando  sus trabajos. Después vi a las mismas personas cuando se dedicaban a lo mismo como a una tarea. Se aburrían. Perdieron así todo interés en la tarea y fracasaron."
Tiene usted que disfrutar cuando se encuentra con la gente, si espera que los demás lo pasen bien cuando se encuentran con usted.
He pedido a miles de gente de negocios que sonrían a toda hora del día, durante una semana, y que vuelvan después a informar a la clase sobre los resultados obtenidos. Veamos cómo ha resultado esto... Aquí tenemos una carta de William B. Steinhardt, miembro de la bolsa de valores de Nueva York. No es un caso aislado. Por cierto que es típico de centenares de otros casos.
"Hace dieciocho años que me casé  - escribe el Sr; Steinhardt - y en todo ese lapso pocas veces he sonreído a mi  mujer,  o  le  he  dicho  dos  docenas  de  palabras  desde  el  momento  de  levantarme  hasta  la  hora  de  ir  a trabajar. Yo era uno de los hombres más antipáticos que jamás ha habido en la ciudad.
"Desde que me pidió usted que diera un informe oral a la clase sobre mi experiencia con la sonrisa, pensé que debía hacer la prueba durante una semana. A la mañana siguiente, cuando me peinaba, me miré el seco semblante en el espejo y me dije: hoy vas a quitarte el ceño de esa cara de vinagre. Vas a sonreír. Y ahora mismo vas a empezar. Así me dije, y cuando me senté a tomar el desayuno saludé a mi esposa con un `Buen día, querida', y una sonrisa.
"Ya me advirtió usted que seguramente mi mujer se sorprendería. Bien. Eso fue poco. Quedó atónita. Le dije que en el futuro  mi sonrisa  iba a ser de todos  los días,  y ya hace  dos meses  que la mantengo  todas  las mañanas.
"Este cambio de actitud en mí ha producido en  nuestro hogar más felicidad en estos dos meses que durante todo el año anterior.
"Ahora, al ir a mi oficina, saludo al ascensorista de la casa de departamentos en que vivo con un `Buen día' y una sonrisa. Saludo al portero con una sonrisa. Saludo al cajero del subterráneo cuando le pido cambio. Y en el recinto de la Bolsa sonrío a muchos hombres que jamás me habían visto sonreír.
"Bien pronto advertí que todos me respondían  con sonrisas. A quienes llegan a mí con quejas o protestas atiendo  con  buen  talante.  Sonrío  mientras  los  escucho,  y compruebo  que  es  mucho  más  fácil  arreglar  las cosas. He llegado a la conclusión de que las sonrisas me producen dinero, mucho dinero por día.
"Comparto una oficina con otro corredor de bolsa. Uno de sus empleados es un joven muy simpático, y tan encantado  estaba yo de los resultados  que iba obteniendo, que hace poco le referí mi nueva filosofía para las   relaciones humanas. Entonces me confesó que cuando empecé a ir a la oficina me creyó un antipático, y sólo últimamente cambió de idea. Agregó que yo era humano solamente cuando sonreía.
"También he eliminado las críticas de mi sistema. Expreso apreciación y elogio ahora, en lugar de censurar.
He  dejado  de  hablar  de  lo  que  yo  quiero.  Trato  de  ver  el  punto  de  vista  de  los  demás.  Y estas  cosas han  revolucionado  del  todo  mi  vida.  Soy  un  hombre  diferente,  más  feliz,  más  rico,  más  rico  en  amistades y en felicidad, las únicas cosas que importan, al fin y al cabo."
¿No  tiene  usted  ganas  de  sonreír?  Bien,  ¿qué  hacer?  Dos  cosas.  Primero,  esforzarse  en  sonreír.  Si está  solo,  silbe  o  tararee  o  cante.  Proceda  como  si  fuera  feliz  y  eso  contribuirá  a  hacerlo  feliz. Veamos la forma en que lo dijo el extinto profesor William James:
"La  acción  parece  seguir  al  sentimiento,  pero  en  realidad  la acción  y el sentimiento  van juntos;  y si  se regula  la  acción,  que  está  bajo  el  control  más  directo  de  la  vo luntad,  podemos  regular  el  sentimiento, que no lo está.
"De  tal  manera,   el  camino   voluntario   y  soberano   hacia   la  alegría,   si  perdemos   la  alegría, consiste en proceder con alegría, actuar y hablar con alegría, como si esa alegría estuviera            ya con nosotros..."
Todo   el   mundo   busca   la   felicidad,   Y   hay   un   medio   seguro   para   encontrarla.   Consiste   en controlar  nuestros  pensamientos.  La  felicidad  no  depende  de  condiciones  externas,  depende  de condiciones internas.
No  es  lo  que  tenemos  o  lo  que  somos  o  donde  estamos  o  lo  que  realizamos,  nada  de  eso,  lo que  nos  hace  felices  o  desgraciados.  Es  lo  que  pensamos  acerca  de  todo  ello.  Por  ejemplo,  dos personas   pueden  estar  en  el  mismo  sitio,  haciendo  lo  mismo;  ambas  pueden  tener  sumas  iguales  de dinero  y  de  prestigio,  y  sin  embargo  una  es  feliz  y  la  otra  no.  ¿Por  qué?  Por  una  diferente  actitud mental.   He   visto   tantos   semblantes   felices   entre   los   campesinos   que   trabajan   y   sudan   con   sus herramientas  primitivas  bajo  el  calor  agobiante  de  los  trópicos  como  los  he  visto  en  las  oficinas  con  aire acondicionado   en  Nueva  York,  Chicago,  Los  Ángeles  y  otras  ciudades.
"Nada  es  bueno  o  malo  -dijo Shakespeare-, sino que el pensamiento es lo que hace que las cosas sean buenas o malas. ”
Abraham  Lincoln  señaló  una  vez  que  "casi  todas  las  personas  son  tan  felices  como  se  deciden   a serlo".  
Tenía  razón.  Hace  poco  conocí  un  notable  ejemplo  de  esa  verdad.  Subía  las  escaleras  de  la estación  de  Long  Island,  en  Nueva  York.  Frente  a  mí,  treinta  o  cuarenta  niños  inválidos,  con  bastones  y muletas,   salvaban   trabajosamente   los   escalones.   Uno   de   ellos   tenía   que   ser   llevado   en  brazos.   Me asombró  la  alegría  y  las  risas  de  todos  ellos,  y  hablé  al respecto  con uno de los hombres  a cargo de los niños.  "Ah,  sí   - me  dijo -.  Cuando  un  niño  comprende  que  va  a  ser  inválido  toda  la  vida,  queda  asombrado al  principio;  pero,  después  de  transcurrido  ese  asombro,  se  resigna  generalmente  a  su  destino  y  llega  a ser más feliz que los niños normales."
Sentí  deseos  de  quitarme  el  sombrero  ante  aquellos  niños.  Me  enseñaron  una  lección  que  espero  no olvidar.   Trabajar   solo   en   un   cuarto   cerrado   no   sólo   lo  hace   sentir  a  uno  solitario,   sino  que  no  da oportunidad    de   hacer   amistades    entre   los   demás   empleados    de   la   compañía.    La   señora   María González,   de   Guadalajara,   México,   tenía   un   trabajo   así.   Envidiaba   la   camaradería   de   las   demás empleadas  cada  vez  que  oía  sus  charlas  y  risas.  Durante  sus  primeras  semanas  en  el  trabajo,  cuando las cruzaba en los pasillos, miraba tímidamente en otra dirección.
Al cabo  de unas  semanas,  se dijo a sí misma:  "María,  no debes  esperar  que esas  mujeres  vengan  a ti. Tienes  que  ir  tú  hacia  ellas".  Cuando  volvió  a  salir  al  pasillo  para  tomar  un vaso  de  agua,  puso  su  mejor sonrisa y saludó  con  un  "hola,  qué  tal"  a  todas  las  empleadas  que  encontró.  El efecto  fue inmediato.  Las sonrisas  y  saludos  fueron  correspondidos,  el  pasillo  pareció  más  luminoso,  el  trabajo  mas  cálido.  Se  hizo de conocidas, y algunas de ellas llegaron a ser amigas.
Estudie  estos  consejos  de  Elbert  Hubbard,  pero  recuerde  que  ningún  provecho  le  dará  su  estudio  si  no los aplica en la vida:
Cada  vez  que  salga  al  aire  libre,  retraiga  el  mentón,  lleve  erguida  la  cabeza  y  llene  los  pulmones hasta que no pueda más; beba el sol; salude a sus amigos con una sonrisa, y ponga el alma en cada apretón de manos.  No  tema  ser  mal  comprendido   y  no  pierda  un  minuto  en  pensar  en  sus  enemigos.  Trate  de determinar   firmemente   la   idea   de   lo   que   desearía   hacer;   y  entonces,   sin   cambiar   de   dirección,   irá directamente  a  la  meta.  Tenga  fija  la  atención  en  las  cosas  grandes  y  espléndidas  que  le  gustaría   hacer, pues,   a  medida   que  pasen   los  días,  verá  que,  inconscientemente,   aprovecha  todas  las  oportunidades requeridas   para  el  cumplimiento   de  su  deseo,  tal  como  el  zoófito  del  coral  obtiene  de  la  marea  los elementos  que necesita.  Fórjese  la idea de la persona  capaz, empeñosa,  útil, que desea ser, y esa idea lo irá  transformando   hora  tras  hora  en  tal  individuo  ...  El  pensamiento  es  supremo.  Observe  una  actitud mental  adecuada:  la  actitud  del  valor,  la  franqueza  y  el  buen  talante.
Pensar  bien  es  crear.  Todas las cosas   se  producen   a  través   del  deseo   y  todas   las  plegarias   sinceras   tienen   respuesta.   Llegamos   a identificarnos  con  aquello  en  que  se  fijan  nuestros  corazones.  Lleve,  pues,  retraído  el mentón  y erguida  la cabeza: Todos somos dioses en estado de crisálida.
Los chinos  eran  hombres  sabios,  sabios  en las cosas  de este  mundo,  y tenían  un proverbio  que usted y yo  deberíamos  recortar  y pegar en el tafilete del sombrero.  Dice  más o menos  así: "El hombre cuya cara no sonríe no debe abrir una tienda".
Su  sonrisa  es  una  mensajera  de  bondad.  Su  sonrisa  ilumina  la  vida  de  aquellos  que  la  ven.  A  pesar  de haber  visto  docenas  de  personas  fruncir  el  entrecejo,  de  mal  humor  o  apáticas,  su  sonrisa  sigue  siendo como  el  sol  que  rompe  a  través  de  las  nubes.  Especialmente  cuando  alguien se encuentra bajo la presión del  patrón,  los  clientes  o maestros,  de  sus  padres  o de  sus hijos, una sonrisa puede ayudar a comprender que no todo es en vano, que aún hay alegría en el mundo.
Unos  años  atrás,  un  gran  almacén  de  la  ciudad  de  Nueva  York,  reconociendo  la  presión  de  trabajo durante   la   temporada   de   Navidad   por   la   que   pasaban   sus  empleados,   decidió   exponer   esta  filosofía casera en su publicidad a los clientes.
EL VALOR DE LA SONRISA No cuesta nada, pero crea mucho. Enriquece a quienes reciben, sin empobrecer a quienes dan. Ocurre en un abrir y cerrar de ojos, y su recuerdo dura a veces para siempre. Nadie  es  tan  rico  que  pueda  pasarse  sin  ella,  y  nadie  tan  pobre  que  no  pueda  enriquecer  por  sus beneficios.  Crea  la  felicidad  en  el  hogar,  alienta  la  buena  voluntad  en  los  negocios  y  es  la  contraseña  de los amigos. Es descanso  para los fatigados,  luz para los decepcionados, sol para los tristes, y el mejor antídoto contra las preocupaciones. Pero no puede ser comprada,  pedida, prestada  o robada, porque es algo que no rinde beneficio  a nadie a menos que sea brindada espontánea y gratuitamente. Y si en la extraordinaria  afluencia  de último momento  de las compras  de Navidad  alguno de nuestros  vendedores  está  demasiado  cansado  para  darle  una  sonrisa, ¿podemos pedirle que nos deje usted una sonrisa suya?
Porque nadie necesita tanto una sonrisa como aquel a quien no le queda ninguna que dar.
REGLA 2
Sonría
Este capitulo es un extracto escrito por Dag Carnegie en 1936 en su libro "COMO GANAR AMIGOS E INFLUIR SOBRE LAS PERSONAS" y fue pasado a formato digital para facilitar la difusión, y con el propósito de que así como usted lo recibió lo pueda hacer llegar a alguien más.
 
 
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